Apenas concluyó su mandato como vicepresidente, Julio Cobos decidió volver silenciosamente a su Mendoza natal, donde desempolvó el título de ingeniero civil, convocó a su viejo equipo de colegas y, desde fines del año pasado, se dedica tiempo completo a la actividad privada.
Su oficina es diminuta. Allí, el ex vice trabaja con diferentes técnicos, incluida su esposa, Cristina, quien combinó en los últimos años “algunas changas” –bromea Cobos– como ingeniera y su rol como segunda dama. En el pequeño cuarto hay un escritorio grande lleno de papeles y varios planos de estructuras. “Ya tengo confirmados a dos clientes. Son emprendimientos inmobiliarios particulares. Estoy tranquilo. Costó reiniciar una actividad que hace mucho que no hacía, pero extrañaba la vida provinciana”, cuenta.
La rutina de Cobos hoy es, sin duda, mucho más apacible que en los últimos años en los que quedó aislado de las decisiones del gobierno nacional. “Padecí mucho estos últimos años. Me gusta la cosa pública pero viví un tiempo de locura en Buenos Aires”, confiesa el mendocino.
Cobos se levanta a las 6 y alrededor de las 8 llega a su oficina del centro y se pone a trabajar, “como en los viejos tiempos”, hasta el mediodía. La siesta, dice, es “sagrada”, ya que aprovecha para correr por el Parque General San Martín, actividad que nunca abandonó. Incluso, los fines de semana ya no sufre el trajín de los viajes apurados en avión y afirma que aprovecha el tiempo ocioso para estar “en familia y con amigos”.
El radical también está lejos de volver a la docencia y, menos aún, de ocupar un cargo jerárquico en las universidades públicas, (fue decano de la Universidad Tecnológica Nacional). “Estoy viendo de tomar algunas horas en la universidad pública pero no quiero volver a dedicarle tantas horas”, asegura. Ante la consulta sobre sus honorarios en el ámbito privado, sonríe y aclara: “No soy carero. Soy justo y me rijo según lo establecido por el Consejo de Ingenieros”.
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